Hace unos días, mientras recogía a mi hija del colegio, noté que estaba especialmente emocionada. Se subió al auto, se colocó el cinturón, y con una sonrisa que no podía disimular me dijo: —¡Mami, adivina qué! Hoy en clase estuvimos buscando a nuestros padres en Google… ¡Y apareciste! Yo, sin poder prestar demasiada atención por estar manejando, le respondí: —Cariño, no puedo ver eso ahora.
Su entusiasmo no disminuyó. —Mis amigos no podían creer que fueras tú, dijeron que eres escritora, ¡y que te ves muy joven para ser mi mamá! ¡Hasta pensaron que podrías ser mi hermana! No pude evitar sonreír. —¿Cómo saben que soy escritora? —Es que salen tus libros, mami. <Presione aquí para ver mas>
Ese momento me llenó de orgullo. No solo porque mi hija estaba feliz de lo que encontraron sobre mí, sino porque yo misma me sentí satisfecha y tranquila. Sin embargo, debo confesar que por un instante tuve miedo. Recordé los días en los que publicaba fotos de mis salidas a discotecas, de mí en traje de baño en historias de Instagram. Pensé que tal vez algo de ese pasado podría haber aparecido. Pero no fue así.
En ese momento me sentí tranquila. Las imágenes que mi hija y sus amigos encontraron fueron las de una mujer que ha sabido construir una versión pública de la que no se avergüenza en ningún escenario. Y eso, al final, fue lo que más me reconfortó. No tengo nada en contra de que otras madres publiquen fotos en trajes de baño, o muestren su sensualidad en redes sociales. ¡Claro que no! Estamos en nuestros 30 y aún nos sentimos llenas de vida. Me miro al espejo y me dan ganas de mostrar al mundo que todavía conservo juventud. Sin embargo, para mí, la reflexión surgió cuando me di cuenta de que mi imagen pública también influye en cómo mis hijos y sus amigos me ven.
Cuando llegué a casa, me senté frente a la computadora y busqué mi nombre en Google; Yancari Fleming, Lo que vi fue una representación que me gustó: una mujer, escritora, madre y esposa, alguien con un perfil adecuado, pero también inspirador. Y aunque mi perfil en redes sociales pueda parecer aburrido para algunos, al final del día, el alivio que sentí al saber que mis hijos se sienten orgullosos de la imagen que proyecto es invaluable.
Tengo una hija adolescente que crece día a día, con toda la energía, belleza y curiosidad de su juventud. Al mismo tiempo, yo también me siento joven, aún con ganas de experimentar, de divertirme y de mostrar lo mejor de mí misma. Pero reconozco que, poco a poco, empiezo a limitar ciertos aspectos de mi vida. Le cedo el espacio, como si, sin darme cuenta, estuviera permitiendo que ella brille, que ocupe su lugar en el mundo sin sentir que debe parecerse a mí. Sé que me ve como su guía principal. Y eso es algo que me llena de responsabilidad. No quiero que se sienta presionada por cumplir con ciertos estereotipos, ni los que sus amigas puedan imponerle, ni mucho menos los que yo proyecte sobre ella. Trato de ser suave, de ser un ejemplo sin que eso se convierta en una carga. Quiero que se sienta libre de ser quien es, sin que mis propios deseos o la imagen que otros puedan ver en mí la limiten.
Al final del día, reconozco que soy una mujer que ha construido buenos hábitos y deseo que mis hijos los tomen como ejemplos. Sin embargo, también tengo hábitos negativos que no quisiera que ellos imitaran. La realidad es que lo malo siempre coexistirá con lo bueno, y mi responsabilidad es esforzarme por brindarles lo mejor de mí. Soy consciente de que, a pesar de mis logros, aún no he cumplido con todas las expectativas que tengo sobre mí, y tal vez nunca lo haga. Los hábitos que quisiera dejar atrás todavía forman parte de mi vida. Sigo trabajando en ello, y supongo que de eso se trata la vida: crecer, aprender y esforzarnos por mejorar cada día nuestra versión anterior.